sábado, 26 de mayo de 2012

Un amor de juventud

13/2/12                                                                                                                                             18:18


Ella se toma el tren desde la estación terminal hacia los suburbios (y así los nombraba, ya sea para imprimirle alguna cualidad de otro, o simplemente como continuación -en lo semántico- de la segregación geográfica). Lo hace como todos los martes y jueves, junto a una ventana abierta, inmersa en aquél espectáculo. No sabe si es la vuelta luego de una prolongada ausencia o algo relacionado a la serie «clima-fisiología humana-bichos de primavera», pero efectivamente se siente sola y repulsiva.
Ella nunca creyó en los encuentros casuales, estaba convencida de que su entendimiento tan extenso y último acerca de cómo funcionan las relaciones entre las personas arrastraría desde un primer momento cualquier posibilidad de. Y ella estaba orgullosa. Y ella era eso, se decía, tanto pasar penas y desencuentros unilaterales para qué, al menos dejame estar conforme con mi criterio de clasificación. Ya vi cada gesto, cada sonrisa. Todas las miradas, ya las vi. Los accidentes. Los suspiros. Sólo me quedan las palabras y esos diálogos inconducentes. Pero la gente es tan obvia.
La villa miseria quedó atrás: desde la ventana del lado izquierdo, y a esas horas, pasa desapercibida, como un caserío salpicando algunas lomas a una distancia prudente del camino principal. Pero no, estámos en medio de una ciudad, la ciudad no puede ser el monte, y menos en el año 2011. Qué es ese ruido. Qué olor más particular. No se si la capacitación nos hace más útiles o simplemente nos hace ignorar lo que para una persona normal sólo puede significar un peligro de muerte. Debería agregar eso a mi currículum: “Tercermundista”.
Le llegaban ahora los frentes de la Av. del Libertador, cruzando ese fresco y oscuridad que sí, prudentemente esta vez, había sido establecido tiempo atrás. Esos frentes le inspiraban una suerte de contradicción. No es como durante el día, pensaba, no son la fachada boba de una ciudad que se persigue su propia cola. No, ahora esas ventanas iluminadas bajan la mirada del horizonte, se encorvan y nos interpelan. Pero qué valor.
De tanto en tanto y bajo el influjo de las emociones que le producía la expectativa de un encuentro, ella se abocaba a la tarea de describir y explicar meticulosamente un aspecto de la realidad a quien fuere su próxima presa. Naturalmente, lo hacía dentro del marco de su propia imaginación: Yo te digo, lo que me pudre de la gente (como vos) es que siempre caen en lo mismo. Mirá, ¿Ves los arcos de ladrillo? Ya no hacen cosas así, porque... ¿Te das cuenta de lo precioso de este momento? Justo antes de que se ponga el sol, pero de verdad. Para ellos ya es de noche, pero ¿qué les pasa? Bueno, te explico, es cuestión de diez o quince minutos se suceden una tras otra más tonalidades del mismo color que en todo el resto del día. Por lo menos el cielo lo intenta.
En todo esto se detenía Victoria cuando el tren atravesaba la avenida, penetrando en la intimidad urbana. El espacio abierto desaparece en ese punto, los muros replican cada ruido y uno se ve inmerso en otra cadencia. Para ella no fue sólo otra cadencia: el nuevo escenario la arrojó nuevamente a la realidad con una violencia tal que sus párpados se abrieron más allá de lo esperado, haciendo público algún tipo de indisposición general. Fue allí cuando pasó revista -sin detenerse demasiado- al lenguaje corporal de las personas que, a su pesar, la acompañaban. No eran muchos. Su vagón parecía un vagón con cositas pintadas, bastante alejado del que ella recordaba como arquetípico: un mar de carne, gestos y publicidad corporal con pequeños detalles de vagón asomando aquí y allá. Entre las cositas pintadas había una pareja de señoras pelocorto, perla y telas negras que mostraban lo que nadie parecía demandar. Sus conversaciones me salpican. Qué fastidio. No. No quiero meterme en esto. Mirá ese pibe, ¿estará yendo o viniendo? Meh, nunca nos entenderíamos. ¿Me desea? ¡Qué manera de toser, señor! ¿Señor? Tuvo que desviar la mirada. Ni un instante pudo sostener el contacto visual con él. No se sintió incómoda al respecto, simplemente ¿cómo, al día de hoy, puedo ser tan evidente? Pidiendo atención a gritos. Qué necia. Y esa manera que tengo de abrir los ojos. ¿Qué hace mi uña del dedo anular entre mis dientes? Desaparecer, aquí y ahora. ¿Entiende usted, señor encanecido? Lo que me pudre de la gente es que siempre caen en lo mismo. Vuelven siempre al mismo recorte, y si no logran ponerlo en boca, dan vueltas alrededor. Siempre. Quiero saber qué pensas al respecto. Creo entender que la gente piensa cosas al respecto de las cosas, pero me vas a prestar atención, vos, viejo rosa, deseando que aunque sea una vez en la vida, tu día termine de otra manera. ¿Me ves cara de fesche Lola?

De algún modo, Victoria terminaba tocando la pianola para todos y nunca para ella misma.

Johnny,... wenn du Geburstag hat?
Faltaban unos minutos para las siete, se abrieron las puertas: primero el aire escapando, luego el golpe seco. Se levantó y se dirigió hacia la puerta. Esta es la estación, una antes que la mía.
Komm doch mal zu mir.

Se apuró, anticipó el cierre de la puerta que casi le toma la carpeta o el tobillo. El silbato, el ruido agudo del aire nuevamente y toda aquella escena de discontinuidad (que ella juzgaba como la ejecución deliberada de un homicidio a ella-tren, ella-posibilidad), la situaron en otra ciudad, hace 55 años. Victoria encontraba seguridad en eso. Encontraba el referente de aquello que muchas veces escuchó salir de la boca de su padre: sentirse parte de la historia. Claro está, nunca le quedó muy claro a la historia de qué o quién se refería.
Cuando vió el puente de hierro fundido y supo -por parte de un quiosquero- que tenía cruzarlo, se sintió contenida. Hace mucho que no siento esto, la última vez fue en san telmo. Yo te explico, en san telmo no hay ochava... porque,... lo que quiero decir es que los lugares reconocidos públicamente como relevantes, te ayudan a tapiar ese hueco que es el hueco de no tener vocación, llamale como quieras. ¿Me entendés, Facundo?
Mientras cruzaba aquel puente, pintado y repintado a falta de mejor idea, lo vió. Sentado allí abajo, con el pómulo sostenido por una mano y el codo sobre un tablero de ajedrez, que también funcionaba como tablero para otras partidas. Facundo se llamaba. Su foto de perfil no miente, es tan lindo como lo imaginé anoche. Las hojas del ombú que nacía en el centro del asunto le impidieron seguir con la mirada aquel intercambio que había entablado hace apenas un instante. El sonido que hacía al caminar por el puente era notorio, incluso más que eso: resonaban los pasos a esa hora.  Ese recuerdo habría de retornar en lo sucesivo de la vida de Victoria. Los golpes del herrero, lo sentencioso de ese martilleo.

-¿Cómo hacemos para que esto marche más que un paso? Se introdujo ella. Pensó que hablar así hubiese sido, en otra ocasión, un pase directo al anecdotario de los “fracasos fugaces”, pero dado que Facundo poco había hecho más que mirarla e insinuar una sonrisa velada, le pareció lo justo y necesario. Tampoco se olvidó ella del precioso detalle que encontró al darse cuenta de que él prefirió no anudar, a esa atmósfera que bordeaba lo patológico, ninguna parsimonia introductoria del orden del “¿cómo estás?, yo soy...” o alguna evidencia pública tal como “llegaste”, “acá estamos”.
Él no respondió inmediatamente. Él-responsable, él-tres-años-más-grande. Suspiró.
-Vos, ¿realmente no te das cuenta de lo difícil que te la hacés? Su voz era contenida. Ella creyó percibir una cierta dificultad para construir la pregunta. Se irritó, golpe directo.
-¿Perdón? Sentenció.
-Creés ser lo que pensas...
-Ah, no!-interrumpió con indignación de cotillón.
-...sin darte cuenta de que eso no existe.
-Adiós.

Victoria se alejó en dirección a la calle Rivera, dejándolo a sus espaldas. Lo último que protagonizó Facundo fue el ruido de la chispa de un encendedor que, tal vez, haya encendido un cigarrillo. No se volvió. Pensó y le pesó lo que ya conocía en esta vida. Fue suficiente el peso para no arrepentirse. Los adoquines húmedos le devolvían la imagen de ella-héroe. A pesar de tanta altura, no le alcanzó para volverse y ver el cigarrillo que ahora ella posaba sobre sus labios. que. reían. y repetían.

lunes, 30 de enero de 2012

Serie animal - 2da parte

Esta es la segunda y probablemente la última parte de la serie. Siempre hay un límite para desarrollar estas cosas, y creo que tiene que ver con la manera en que está armado el universo donde se mueven los personajes. En este caso particular, la serie se cierne sobre una cosa y sólo una: una breve sucesión de acciones encadenadas entre esta persona y su mascota y por otro lado, la posterior catársis. Si existe algo por fuera de esa guía, no es más que un sostén. No es mi intención hacer una distinción jerárquica entre los elementos, a lo que voy es que todo lo que se dice por fuera de ese núcleo duro no sirve para otra cosa que hacer "real" el proceder y la respuesta de Rivka. En ese sentido digo que la serie no puede ser mucho más fecunda. Es un universo unilateral y chato. 
Ahora bien, lo que me dejó pensando cuando transcribí esta segunda parte fue una sensación: siento que de alguna manera este personaje es el primero en tomar forma. Forma. Quiero decir que, es el primero que empieza a despegarse de la experiencia propia e inmediata. Y esto no me lo esperaba de ninguna manera. No entraba dentro de las posibilidades. Claro que es un cosito verde todavía. Bueno, acá está todo lo que quiero decir.




20/12 2011                                                                                                                 2:05 AM



La persona llega a su casa en análogas circunstancias respecto de aquella vez que le ocurrió lo que fuera relatado el primero de agosto del corriente año, a la misma hora. La sorprende la falta de padre, televisión y conversación con lineas de diálogo truncas. El estupor inicial se disipa inmediatamente en el momento en que un maullido como “Miú” se gana la atención que estuvo a punto de caer en los más viscerales y oscuros obstáculos mentales de Rivka.
-Otra vez- Pensó. Con el pesimismo de quien asiste a un ritual ya superado.
Su improvisada organización de los hechos (o el montaje que eligió para contar su otra versión) la arrojó torpemente a la puerta de la cocina que da al jardín, para abrirla mientras sostenía su bicicleta. Levantar la cortina y abrir la reja no fue un esfuerzo mayor, pero sí estuvo todo al borde de ser repatriado a cada uno de sus mismísimos y condenados orígenes cuando tomó nota de que el animal, su gato, había salido y se encontraba, si no más, por lo menos ya en la linea media del jardín. Vean uds. por si mismos cuan atróficos pueden llegar a ser los diques mentales como para sucumbir ante la más inocua muestra de un fragmento de experiencia sensorial.
Sea como fuere, lo irreemplazable de todo esto fue lo siguiente: En el sendero de lajas del jardín, ella se acuclillaba para alcanzar la nuca o la barbilla del gato. Él la admitía, pero no era la clase de animal doméstico que más adscribía a la teoría del laissez-faire, Simplemente se dejaba acariciar entre dos y cinco segundos para luego alinearse nuevamente en sentido E-O, hace una mueca de desconcierto similar al siempre pretendido y falso gesto de “I did not understand a fucking thing of what you’ve said”. Luego realiza unos cuantos pasos felinos hacia adelante o en diagonal y espera. La situación se repite en tanto la persona se tome la necesariamente molesta responsabilidad de incorporarse y realizar todos los movimientos para garantizar aquello y el acercamiento. Espalda, rodillas, todo se acomoda en la mente de Rivka para reclamar su debido dolor. “Salón de quejas”, algo así. Lo curioso es que en caso de no moverse, tampoco así lo hace el gato, se tarde diez segundos o tres minutos. Lo que se mantiene constante es el tiempo de caricias que resiste la inercia del animal. Un par de segundos y luego move on. Distancia mínima. Decidir cuándo acercarse, etc. ¿Qué clase de magia negra determina el itinerario felino? ¿Qué clase de chinoisseries son esas? Por segunda vez, Rivka se pregunta si la situación recién vivida con el gato no se asemeja en algún grado a alguna de las relaciones que mantiene con otras personas en su vida humana.

viernes, 27 de enero de 2012

Serie animal - 1era parte

Guía de lectura ampliada: la serie animal se llama así por la coincidencia de dos cosas: primero, porque el precursor siempre fue (hasta el día de hoy) mi gatita (que ya está gorda y vieja). En segundo lugar, la serie intenta explorar ese borde en el cual entran en conflicto las cosas que "queremos" y las cosas que "deseamos".
Sí, tengo que admitir que recurrir a la antinomia "innato-adquirido" o "herencia (instinto)-aprendizaje (razón)" es un toque de garca. A los que les interese el tema, les recomiendo leer este capítulo de Psicología de la conducta, por José Bleger*. A los que no, les pido que me dejen pasar el error epistemológico y traten de entender de qué manera una reconstrucción intencionadamente falsa de la realidad nos puede ayudar a mostrar un problema (aun cuando no nos sirva ni en un ápice para resolverlo).
En cuanto al lugar del precursor puedo decir que siempre me interpeló volviendo tarde a casa, esas noches que uno sale buscando respuestas (o más preguntas, o algo que nos permite seguir hilando) y vuelve con la cabeza inflamada, con disgusto. Mi gata funciona como una hipótesis ad-hoc, resolviendo ese falta "material". 


A través de la representación en palabras de lo sucedido, se extrae lo simbólico de ella. Es como si, de alguna manera, necesitásemos vivir la misma experiencia por segunda vez (y de manera controlada) para entenderla y elevarla a la categoría de.... ¿arte


En fin, lo sustancioso de todo esto es que la serie animal empieza y termina en sí misma. Surge para rellenar un vacío, pero se apoya en sí misma para justificarse. Me cuesta un poco poner de relieve todo lo que me pasaba por la cabeza cuando escribí esto. Confío en que las palabras claves que incluí en esta guía de lectura ampliada sean mucho más útiles que el fallido hilo conductor que intenté recrear y que explicaría de manera preciosa todo lo que significa la serie animal. Tal vez en la segunda parte me lo tome más en serio.

1/8   2011                                                                                                                         1:52 AM

La persona entra a su casa. Encuentra al gato, con quien vive, sentado sobre la mesa de cena y comienza una suerte de juego. El animal reclama atención. Sólo unas miradas entre ambos dan por entendida toda la situación. Nuestro personaje comienza a-poner-en-orden-ciertas-cosas y pasa a la tarea de calentar las extremidades, heladas por tanta época invernal en ciernes.

Siempre, durante la ejecución de tales responsabilidades, lo asaltaban series de diálogos entre él y un audiencia ausente. Se preguntaba si no era la época del calendario donde el frío debía comenzar a retirarse o por qué había alcanzado su momento álgido ahora. El intertexto continúa sin respiro: "Aquiles last stand, la flecha de la primavera, el talón nival, etc". El forum nunca lo deja en paz, realmente. Se le ofrece un almohadón al felino junto al fuego. Lo rechaza, posando la atención sobre la legnano azul, ese armatoste. El fuego está ya débil.

Mover la máquina no resulta más efectivo, aún cuando el animal parece estar dispuesto a realizar el salto. Nada resta ya por acomodar. El gato no cederá, pero para él, junto con el calor a sus manos, regresó también una libertad: la del movimiento. Así, comienza a acariciar al animal, quien describe un lento, pausado y caprichoso camino a través de los bordes de la mesa en un sentido anti-horario. Al llegar al punto de partida, la cadena de sucesos se encuentra con la bicicleta y allí se detiene. Una prolongada atención sobre ésta de parte de la gata pone en claro toda marcha ulterior de los acontecimientos: él deberá llevar la bicicleta hacia el fondo de la propiedad.
Atraviesa la cocina y, cerrando la puerta que comunica con el jardín, se pregunta si la situación recién vivida con la gata no se asemeja en algún grado a alguna de las relaciones que mantiene con otras personas, en su vida humana. Tal vez su vida animal ya no pueda darle más certezas al respecto.



*José Bleger fue un psiquiatra y epistemólogo argentino. Un poco rancio, pero se la re bancó. Acá está Psicología de la Conducta completito.

domingo, 22 de enero de 2012

De acá no me baja nadie

La dinámica de esto es bastante simple: voy a ir subiendo algunas cosas viejas y cuando se terminen, empezará o no la parte divertida. Me inclino por pensar que efectivamente va a ocurrir, pero nunca está de más advertir.
En segundo lugar, voy a ser bastante terco con esto de los encabezados. Probablemente se repitan en cada entrada y van a seguir la lógica, cuando no de prólogo, del chabón que te spoilea la peli cuando vas a esos lugares donde te spoilean la peli antes de verla. (Aunque prefiero verlo como aquella conferencia que dictó Italo Calvino y que fue usada posteriormente como prólogo para Las ciudad invisibles. Algo así como una guía de lectura ampliada).

Guía de lectura ampliada: Con respecto a esta primera entrada, sólo puedo decir que forma parte de una serie escrita usando sólo el soporte digital, práctica que no me hizo feliz y que abandoné rápidamente. Las razones de ello se pueden delimitar sin mucho problema en la superficie misma del texto.

11/9  2011

Seguir algún consejo de vez en cuando puede funcionar. Es decir, se entiende a qué me estoy refiriendo: Intentar, de tanto en tanto, “hacer eso que te dicen”. En este momento, para no dilatar la cuestión, lo estoy haciendo.

En primer lugar, no estoy escribiendo con el puño. (¿Qué es esto?, ¿A quién estoy renunciando? Peor aún: ¿Con quién me estoy reconciliando?). Es notable como el medium digital te hace renunciar a la corrección. La linea avanza, es limpia, clara. El formato, autónomo, viste de traje a las palabras, (¿Cinismo? Entonces,... ¿Eso es?, Ya no importa lo que sea dicho acá: si es efectivo, será breve; si falla, su fracaso no será tan estrepitoso) las envuelve en un contexto que las envuelve y atraviesa. Si todavía no estás convencido, te aseguro que

se siente bien.

En segundo lugar, tengo un interlocutor. Existe un otro -bastante definido- a quien me estoy dirigiendo. Naturalmente, siempre hay un otro. De lo que se trata es de crearlo deliberadamente. (¿Por qué siento vergüenza de mi anterior retórica almibarada? ¿Quién es el hijo de remil puta que se satisface en hacerme esto?).

Finalmente, Morelli, Cortázar, o sea quien sea el ladrón de guante blanco que se esconde entre medio de la bohême, se equivocaban en un punto no menor: El hombre no puede vivir del swing. Sencillamente no puede. (Chau, este formato realmente te hace decir cosas que de otra manera... ¡mecachís!) Sea éste un hito. De aquí en adelante sólo la propia sombra nos servirá de inspiración. Nada de vivir en el París de alquileres sub-valuados: Existe una generación, existe una problemática actual deseosa de ser abordaba por la juventud. Si hacen falta veinte años para darse cuenta de eso, que así sea. En lo personal, esto significa -ahora- un acto de amor propio (¿Grito de ahogado?), un eterno grito de auto-afirmación, ¡el clamor de nuestros tiempos que ha de hacer eco en cada rincón del mundo!: “And not a single fuck was given that day!”